2 abr 2016

9 días en Lakou Souvinance (Parte 2)

El domingo fue el día más trascendental de todos.
Algo más de las dos de la mañana concluyó la ceremonia del sábado. Todos se retiraron a dormir pero quedó en el exterior del Perystil multitud de gente bebiendo y charlando como si se tratara del final de un concierto musical. El ron y las cervezas marcaron las ganas de seguir de farra hasta las tantas.
Alrededor de las 5 de la mañana se oyó el resonar de una campanilla llamando a los ounsis para que se reunieran en una de las salas anexas al templo. Apenas había amanecido. En el exterior de mi habitación no había ya ruido alguno. Los fiesteros definitivamente habían abandonado el recinto.
Desayuné y nuevamente me dirigí al Perystil donde los ounsis de un blanco completo impoluto que indica su devoción al Lwa de la luz (no de la oscuridad), respondían con más cantos a los propios del Larenm, esta vez moviendo sus dedos índices al cielo (con este gesto reafirman el juramento que hicieron de permanecer fieles a su fe).
Daban vueltas y vueltas alrededor del centro, cantando y moviéndose esta vez con más pasión. En un momento dado aparecieron los ayudantes del Oungan portando sobre sus hombros varios machos cabríos y un carnero. Habían sido previamente degollados!. La sangre corría por las camisas de los portadores, los ounsis se acercaban y pasaban sus cabezas por el cuello cortado mientras continuaban cantando y girando sin detenerse. Otros se afanaban para ponérselos encima como podían y así sentir el peso del animal (el del culto, el respeto) sobre sus hombros. Los pañuelos ceñidos a la cabeza de muchos de ellos estaban completamente manchados de sangre al igual que las camisas y los níveos trajes de las mujeres.
Mientras algunos cabríos regurgitaban restos orgánicos por el cuello otras se retorcían sobre los hombros y más sangre corría. Algunos iniciados introducían sus dedos en el cuello y lo chupaban como seña de beber la sangre del cuerpo del espíritu.
Este simbólico sacrificio, dicen, es un recuerdo a la sangre derramada por todos los esclavos traídos del continente africano, por el durísimo trabajo y penalidades que sufrieron y por la revolución que los liberó del poder colonial (en 1791 fue el sacrificio de un cerdo negro en una ceremonia vudú cerca de Cap Haitien comienzo de las revueltas de los esclavos para liberarse de los franceses).
En esos momentos de trance sangriento ninguna cámara podía estar grabando las acciones que se llevaban a cabo. Una vez que los animales fueron depositados en el suelo sí se permitía.
Instante más tarde, otros tres cabríos sacrificados de la misma manera volvieron a ser transportadas en hombros al interior del PerystilEl ambiente se volvía aún más exaltado. Las rotaciones seguían sin cesar y algunas partícipes mayores comenzaban a temblar y tambalearse hasta llegar a perder el equilibrio, teniendo que ser ayudadas a mantenerse en pie.
Me llamó la atención que entre los tantos pañuelos de las cabezas de los ounsis que en esos momentos estaban manchados de rojo carmesí algunos de ellos no tenían señales de haberse acercado a los animales. Sus prendas se mantenían limpias. Parece ser que no podían aún tocar la sangre (?).
Nuevamente los animales fueron depositados en el suelo mientras todos seguían dando vueltas. En ese momento las canciones eran mucho más repetitivas y muy rítmicas. Cuando fueron retiradas definitivamente del recinto el ritmo fue descendiendo paulatinamente.
Estos sacrificios no tiene un sin sentido. Aunque no me ha gustado como han tratado a todos estos animales puedo pensar también cómo se sacrifica en nuestro país a puertas cerradas para luego ser vendido en los mercados. Y más aún sabiendo que los inflan a hormonas para ser más rentable económicamente.
En Haiti los animales de granja son bien cuidados dentro de lo que cabe. Deambulan por patios, calles y pueblos sin ser molestados. En el contexto del sacrificio vudú la vida del animal no está siendo usada innecesariamente y se tiene una conciencia clara de donde han venido y para que propósitos necesarios sirven.
En conclusión, éstos serían después troceados y repartidos al día siguiente entre todos junto al resto de animales que también fueron sacrificados en honor a los espíritus.
La ceremonia continuó más tarde con un desfile ritual hacia los árboles que se encuentran en el lakou para ofrendarlos.
Los músicos situaron una banqueta larga frente al primer árbol que se encuentra dentro de un recinto amurallado. El Sevité se dirigió junto a sus ayudantes y los ounsis hacia ellos, entonando cantos esta vez a Lwa Loko, el espíritu que habita en los árboles. El lwa Loko se asocia igualmente a Legba, el espíritu guardián de los mundos, origen de la vida, que abre los caminos (representado por San Pedro) y a Ayizan el Lwa del árbol que se encuentra próximo.
Una vez en el interior comenzó la ceremonia pero no pude llegar a verlo con precisión por la cantidad de gente congregada junto a él, aunque me contaron que el sacerdote derramó ron y una taza de agua con mezcla de sangre de los animales sacrificados, entonó frases para el espíritu y partió luego las patas y las alas, dobló cuellos y arrancó las lenguas de varios gallos, mientras derramaba las gotas de sangre sobre la base del árbol. Los tambores seguían sonando pero ahora los ounsis estaban sentados y callados observando las distintas consagraciones o tomándose unos minutos de descanso bajo la sombra de sus recargadas ramas.
Concluido el acto los músicos cambiaron su posición. Se dirigieron hacia el más simbólico de todos, Ayizan, colocaron la banqueta frente a él y comenzaron a tocar nuevamente. La comitiva encabezada por el Sevité caminaba nuevamente con lentitud hacia ese lugar.
El golpeteo seco de los pies de los danzantes sobre el suelo se convirtió en sonidos repetitivos creando una vibración parecido a los latidos del corazón.
En esta ocasión, tres mujeres se encontraban inconscientes con sus cuerpos enganchados entre las raíces sobresalientes del terreno. Esta acción se llama Sep (pecado) y sucede, al igual que el día anterior, cuando alguien ha cometido algún pecado por haber infringido alguna regla vudú y los lwas la están castigando por ello. Al llegar el Sevité pronunció una serie de frases y derramó agua de una taza sobre las piernas para romper su aflicción.
Lentamente y con aparentes dolores "la pecadora" fue moviendo su cuerpo hasta que fue apartada de las raíces. Lo mismo sucedió con las otras dos.
La ceremonia continuó nuevamente con el mismo ritual del árbol anterior, sacrificando varios gallos mientras los ounsis no paraban de dar vueltas a su alrededor.
En este caso, al concluir, los sacerdotes sentados en banquetas de madera aprovecharon unos minutos para beber y comer de los platos de las ofrendas dispuesta en la base del árbol. En cuanto acabaron, los músicos levantaron nuevamente el banco donde estaban tocando y lo posicionaron frente a Ogou, el siguiente árbol sagrado.
De nuevo el mismo tipo de recorrido y rotaciones al compás de tambores y cantos.
Tras las ofrendas correspondientes acercaron un enorme toro, le ataron con una cuerda los cuernos y juntaron la cabeza al tronco. El Sevité repartió machetes de madera (coulin) a los iniciados que continuaban bailando y cantando alrededor del mismo.
Una vez detenido el baile bendijeron al animal con agua y licores varios mientras pronunciaba unas frases, y a la vista de todos uno de los ayudantes le clavó una daga en la cabeza cayendo desplomado al suelo. Los ounsis comenzaron nuevamente a girar alrededor del árbol durante un tiempo y luego fueron devolviendo los machetes. La sangre que derramaba el animal era recogida en varias tazas. Una vez mezclada con algún liquido, el brebaje era ofrecido a los iniciados, que bebían y continuaban dando vueltas sin parar.
Concluida esta ceremonia se dirigieron a otros árboles para ser bendecidos igualmente.
Dicen que las vueltas que dan alrededor de los árboles sagrados simboliza el viaje de los esclavos a través del Atlántico hasta llegar a estas tierras. En Ouidah (Benin), me contaron que antes de ser embarcados los capturados eran obligados a dar una serie de vueltas (9 ellos, 7 ellas)  alrededor de un árbol (del Olvido) que previamente había sido hechizado por un sacerdote para que olvidasen su origen africano y trabajaran duramente sin rechistar en su lugar de destino al otro lado del océano.
Finalizado el desfile ceremonial por el lakou los oficiantes se retiraron a una pequeña habitación del Perystil donde continuaron los rituales, esta vez sacrificando varios gallos y ofreciéndolos a un pequeño altar. Allí recibirían mas tarde al grupo de iniciados.
Poco más del medio día aconteció el baño purificador. Detrás del templo se encuentra un estanque que habían llenado con agua para la ocasión. Tras ser bendecida igualmente sacrificando varios gallos y derramando líquidos sacro en honor a Danbalah, el espíritu fuente de paz y tranquilidad, los participantes en fila se fueron lanzando al agua embarrada. Me recordaba mucho a la pasión que ponen los aldeanos de San Nicoĺas De Tolentino (Gran Canaria) cuando de la misma manera se lanzan al Charco. Puede que es su momento para los habitantes canarios de la zona, antes de la llegada de los colonos castellanos, tuviera un significado religioso parecido, aunque el fin que actualmente conocemos fue la pesca de peces atrapados en el charco mediante el embarbasque (narcotizar), a los mismos para que fueran presa fácil.
Los ounsis se sumergían o caminaban entre la enfangada agua con suma felicidad pues su limpieza espiritual se estaba consumando en esos momentos.
Luego se fueron retirando a sus estancias particulares porque tocaba lavarse y cambiar de ropa. Tras un breve descanso reaparecieron con vestimenta de llamativos colores portando cada uno una banda con el nombre de su LwaFueron reunidos en dos grupos correspondiente a sus comunidades para pasear por el lakou junto a sus sevités cantando al ritmo del Ogá (metal) y tambores tras su pancarta identificadora y varias banderas. 
Al caer la noche nuevamente acudieron a bailar y cantar al Perystil. Algo parecido a las anteriores ejecuciones pero esta vez con unos pasos muy particulares.
Colocados en línea frente a los músicos en el momento que los tambores marcaban la aproximación del grupo, salían tres o cuatro ounsis y ayudantes -que también estaban dispuestos a bailar-, tanto mujer como hombre, y rápidamente se situaban cara a los larenn. En el momento que el Mamma marcaba unos toques concretos acelerando el ritmo éstos comenzaban a realizar con las piernas movimientos más rápidos: mientras una de las piernas aguantaba el peso del cuerpo la otra giraba hacia atrás y daba una especie de patada o coz al aire. Luego sucedía con la otra y así sucesivamente durante un tiempo. Me comentaron que se trata del baile "Gran Kat", y a mi me recordaba a algunas pinturas que hace ya tiempo había visto de bailes que realizaban los Granadiers franceses con las bandas militares en tiempo de Luis XVI.
Los ounsis cantaban en esta ocasión más alto, los movimientos de sus cuerpos eran mucho más expresivos y los brazos los extendían como intentando alcanzar el cielo. Otros giraban sobre sí mismos. Y nuevamente acontecían estados de trance y convulsiones entre los participantes. En situaciones como éstas, parece que no resulta extraño encontrar a alguien tirado en el suelo, fuera de sí, o sin sentido. La gente mira, intentan en ocasiones ayudar y al ver que no hay respuesta los dejan en paz con su espíritu. Ya se levantará cuando abandone el cuerpo.
La noche fue larga y una de las que más gente atrajo al lakou. No necesariamente seguidores vudús. Muchos vienen a pasar la noche con amigos, ver algo de lo que sucede y beber, que es lo que más les gusta a los haitianos. Y los precios son los mismos que en la ciudad.

El lunes llegaba el día de la ceremonia de los Mapous (Ceibas) que se encuentra detrás del lakou. Alrededor de las cuatro y media, mientras amanecía, el sonido de una caracola y el repicar de los tanbús anunciaban el comienzo de la ceremonia.
Vestidos todos de un inmaculado blanco se encaminaron hacia la zona donde se encuentran ambos enormes árboles. Cuando llegué los ounsis estaban dando una serie de vueltas alrededor de Agwe, el primer Mapou que se encuentra junto a Lisa, el más grande, mientras entonaban las canciones con el ritmo que marcaban los tres lanmerales y sus tanbús. Mientras el Sevité bendecía varias partes del tronco los iniciados daban continuas vueltas alrededor del mismo a ritmo de los Tam-Tams entonando cántico relacionado a su espíritu. Luego hicieron igualmente el mismo tipo de ritual en el Mapou Lisa (que representa a Lwa Lisa). 
El sacerdote también bendijo cada lado del tronco y mandó sentar a los participantes. Una vez sentado él en su taburete, en medio de las enormes raíces y frente al altar donde habían botellas de vino, de champagne, de ron, un plato con millo, algo de comida, varias tazas, jarrones de barro, etc., sobre un mantel de color, derramó los líquidos correspondientes. Luego fue llamando a los ounsis para que bebieran de una taza con una mezcla líquida que no supe entender de que se trataba. En ocasiones algunos saltaban o corrían hacia el árbol y se arrodillaban frente al sacerdote para que también los bendijera.
Concluido el acto todos se pusieron en pie y volvieron a dar vueltas alrededor de Lisa. En ese momento el Sevité comenzó con el sacrificio de varios gallos -uno de ellos de guinea- y dos pichones blancos (fractura de alas, patas, arrancada de lenguas, rotura de cuellos y gotas de sangre en la base del árbol donde se encontraba el altar) que fueron finalmente ofrecidos al espíritu. 
Concluidas las ofrendas todos se situaron frente a los músicos que estaban sentados en la banqueta y comenzaron a bailar en línea, hacia adelante y vuelta hacia Lisa, el árbol sagrado. Con el paso del tiempo algunas mujeres caían al suelo con convulsiones, en estado de trance, otras se desvanecían y eran ayudadas a continuar de pie. Duró varias horas. Incluso una inesperada lluvia dificultó el acto. En seguida el terreno quedó completamente embarrado pero nadie dejaba de bailar.
Una vez más los ciclos de canciones y ritmos se repetían, bailando en fila en dirección al árbol y nuevamente media vuelta, hacia atrás donde se encontraban los músicos, para volver a repetir los mismos movimientos sin detenerse.
Mas adelante, y poco a poco, los ounsis fueron retirándose a descansar. Al atardecer comenzaban nuevamente a presentarse pero esta vez con trajes de vivos colores para continuar con más bailes y más cantos.
A última hora de la tarde la ceremonia concluyó. Se volvieron a formar dos grupos y en comitiva liderada por los sevités y ayudantes avanzaron con sus pancartas y banderas correspondiente dirección al templo. Los músicos iban posicionando la banqueta varias decenas de metros adelantados para sentarse y, mientras tocaban, esperar que se acercara el grupo para de nuevo volver a retirarse otros tantos metros y recibirlos igualmente. Así hasta llegar al Perystil.

La noche continuó movidita hasta bien entrada la mañana. Seguían bailando y cantando a ritmos frenéticos y con mucha más energía. Incluso dando  giros continuos sobre sí mismos. Desde la tribuna elevada eran bendecidos con agua sin dejar de bailar.
Mientras, en el exterior, muchos visitantes bebían y comían en los puestos ajenos a los acontecimientos.