A medio día del jueves me
presentaba en Lakou Souvinance. Nuevamente, un MT. me llevaría hasta la puerta
de la aldea.
El sábado comenzaba a haber mucho más movimiento en el lakou. Iba llegando gente y ocupando las casas que antes estaban cerradas. A modo de mercadillo casi una decena de puestos de comidas y bebidas se fueron instalando mediante palos y plásticos o láminas metálicas corrugadas para proteger del sol. Otros vendedores (mechan) se posicionaron a los laterales del camino de entrada al recinto para abastecer a los visitantes y a los que allí estábamos residiendo. Fetilia era una de las que habían colocado su fogón de carbón y su mesa con comida (pollo, pescado, banana, paté..., todo fritura).
Fetilia había modificado la habitación.
El colchón se encontraba junto a la pared y parecía todo mas amplio y algo mas
limpio. Como no tiene baño la ducha se realiza junto al pozo de agua que hay a
varios cientos de metros del conjunto de viviendas cerca de las enormes ceibas, o en unos habitáculos de
cemento que tienen varios contenedores de agua sobre su techo. Ahí también cogen agua para cocinar. Algunas casas tienen sus retretes en un cuartito construido anexo, pero la mayoría no. Hay que hacer las necesidades entre la
poca vegetación cercana. O alejado, bajo unos enormes mangos que dan una sombra
y fresco fenomenal y que forman parte del patio trasero del lakou. Un poco más
allá los montes de la cordillera se elevan abruptamente y se pierden en la lejanía. No hay señales de
correntía de agua y todo es extremadamente seco.
Asnos, vacas y cabras son los
únicos animales que vagabundean bajo la sombra. El sonido de las hojas
empujadas por el viento y el canto de diferente aves ofrecen un pequeño encanto
ante tanto paisaje inhóspito. Al otro lado de esta campiña donde en tiempo de
cosechas se plantan tomates, cebollines, coles, berenjenas, pimiento rojo
picón, etc. destacan dos grandes Ceibas (o Mapou, árbol sagrado) con enormes y
sinuosas raíces donde puede ocultarse incluso un niño. Su tronco nudoso tiene
formas faciales antropomórficas que lo hace especialmente característico. Su lwa (espíritu) se llama Lisa. El otro, un poco más pequeño, Agwe.
El lunes sería el día de sus
ofrendas y ceremonia.
Hay un espíritu que habita en todos lo
árboles, el lwa Loko, venerado también en muchos pueblos africanos. Se le
asocia con Legba y Ayizan.
En Haiti hay más de sesenta LWAS
diferentes. Son los espíritus de los familiares, los espíritus de las
principales fuerzas del universo: el bien, el mal, la reproducción, la salud,
es decir todos los aspectos de la vida diaria.
Como en otros cultos, en el Vudú el
instante previo a la muerte define de alguna manera el futuro del alma. Un
creyente moribundo debe recibir la visita de un sacerdote o sacerdotisa
(Oungan/Houngan o Mambo) encargados de liberar su alma de los espíritus que no
lo dejan partir a donde tiene que ir (Ceremonia de la Des-unión).
Muchos de estos espíritus
representan a santos católicos cuando en su momento (s.XVI) los colonos
obligaban a los esclavos a rezar por ellos. Éstos no tuvieron otra opción que adorarles pero lo que realmente
hacían era rezar a sus verdaderos espíritus. Coincidiendo con ciertos colores de la vestimenta o pertenencia del santo los esclavos los asociaban a sus espíritus africanos.
Tras dejar la mochila, Fetilia me
dice que ha cambiado el precio por las comidas de los días que me quedaré ahí.
En vez de 2.000g debo pagar 4.000g.. Aunque le muestro mi enojo por haberlo
modificado acepto por que no me queda otra opción. Sé que este dinero va a ser invertido entre toda la familia.
Lo primero que hice fue visitar el
templo o Perystil (Souvenance Mistique como así indica su frontis),
una casa de culto cuadrangular con dos tejados sobrepuestos y forma
piramidal. Tiene a los lados una serie de ventanas abiertas para que circule el
aire y gradas con asientos metálicos, una tribuna alta donde se sitúan los
Larenn (cantantes y tocador de Tcha-Tcha, o maracas) para dirigir los cantos
hacia los Ounsis/Hounsis (iniciados). El suelo es de tierra firme como todo el
lakou. Aún no había sido decorado con las telas de colores que pondrían días
mas tarde. En la parte de atrás hay unas
habitaciones-santuario que corresponde a una casa que se encuentra pegada al
templo.
Todo el lakou estaba muy tranquilo aunque al
final del día y a la mañana siguiente comenzarían a llegar los primeros
participantes en sus vehículos cargado de colchones, sillas y trastos de todo
tipo.
A medio día del viernes nos
visitaba la primera banda Rara que venía de las aldeas cercanas a través del
polvoriento camino.
Ra-Ra son fiestas populares de estas fechas y también bandas de música y
baile estrechamente vinculadas a manifestaciones africanas que durante la
Cuaresma deambulan cantando y bailando por los campos y extrarradios de las
ciudades. Sus componentes exhiben los emblemas y las banderas de los templos
vudú a los que pertenecen. Dentro de las bandas existe una jerarquía social y
en la formación, una organización tipo militar. Según los trajes, los colores y
la posición, se sitúa la Reina del Ra-Ra, los organizadores, los limpiadores
de espíritus, etc.. Estas bandas van por los caminos que les indican los espíritus y compiten entre ellos sosteniendo "guerras místicas". Todos los años salen en procesión
visitando los lakous correspondientes acompañados de una multitud de fervientes
simpatizantes bailando y cantando. Y bebiendo mucho alcohol!!.
En este caso, la delantera estaba
tomada por varios portadores de banderas de los países donde se practica Vudú y
los distintivos de la banda. Los músicos resoplaban sus "Klewon" y
"Bambú" (trompetas tubulares metálicas, o de PVC) pintados de colores
llamativos. Los tanbous Petwos (tambores sacrosantos de madera) y el tambor militar sonaban
tan rítmicamente que animaba a introducirse en el grupo. Un coro de cantantes,
la mayoría mujeres, respondían a los músicos con sus canciones, seguidos por el
resto de participantes. El olor a "generosos tragos" de klerín
(bebida local alcohólica) y el gran calor que producía la muchedumbre danzante me quitaron las ganas de saltar entre ellos. El día estaba despejado y el calor
era agobiante.
El director de la banda con su
silbato y látigo de soga anudado a un palo daba foetazos al suelo y mantenía el
orden de las varias decenas de participantes. Las bailarinas vestidas de
brillantes colores satinados movían el cuerpo y sus trajes hasta levantárselo y
mostrar sus caderas en frenético movimiento. Un panty blanco cubrían sus
posaderas...
Tras dar una vuelta alrededor del
lakou cantando y bailando pasaron al interior del Perystil dando
varias vueltas y arrastrando a la multitud a seguir sus ritmos. Una vez
concluida la visita volvían a tomar el polvoriento camino de regreso a sus
aldeas.
Lo mismo ocurrió con otras cuatro
bandas Raras que fueron llegando durante la tarde. La misma ejecución y con
muchos más participantes.
La primera reunión de los Ounsis
(Iniciados, o devotos ayudantes de los lwas) me cogió desprevenido. Ya me había
retirado a mi habitación cuando comenzó a oírse un constante resonar de
campanilla y cantos que procedía del Perystil.
Me acerqué a curiosear y lo poco
que pude ver a través de la puerta de acceso que se encontraba abierta era un
grupo de ounsis vestidos completamente de blanco cada uno con pañuelo
igualmente blanco anudado a la cabeza sentados en pequeñas banquetas de madera
frente a un altar donde se encontraban un Sevité (Sacerdote) de nombre Fernidan
Bien-Aimé con una campanilla, otro sacerdote más
mayor y un Larenn (o cantante). Todos cantaban pausadamente -en una mezcla de
kreyol haitiano y daomé africano- y seguían el ritmo que éste último con una maraca (Tcha-Tcha)
marcaba. El ambiente era sosegado, nada comparado a que lo iba a
suceder los siguientes días.
El sábado comenzaba a haber mucho más movimiento en el lakou. Iba llegando gente y ocupando las casas que antes estaban cerradas. A modo de mercadillo casi una decena de puestos de comidas y bebidas se fueron instalando mediante palos y plásticos o láminas metálicas corrugadas para proteger del sol. Otros vendedores (mechan) se posicionaron a los laterales del camino de entrada al recinto para abastecer a los visitantes y a los que allí estábamos residiendo. Fetilia era una de las que habían colocado su fogón de carbón y su mesa con comida (pollo, pescado, banana, paté..., todo fritura).
También comenzaban a adornar la
puerta de entrada al lakou con pancartas de varios colores; a los árboles
sagrados con telas verde y amarillo; al Perystil con telares de colores; al
estanque que se encuentra en la parte de atrás del mismo, donde el lunes se
bañarían los ounsis para purificar sus almas; y a las enormes Ceibas (Mapous)
de la parte trasera del lakou. Todo estaba listo para cuando cayera la noche.
Frente a las casas casi siempre había gente
reunida sentadas en sillas cantando, o simplemente charlado en los porches
de las mismas.
Anocheciendo la ceremonia
comenzaba en el santuario interior mas grande anexo al templo con la reunión
de los iniciados frente a dos sacerdotes y un cantante con su Tcha-Tcha.
Cada pared de la habitación está
pintada con diferentes colores, varias cortinas de raso rojo y amarillo con
ribetes dorados caían delante de una puerta que da acceso a otra sala. Del techo
colgaban diferentes telares de colores y estampados. En una esquina estaba
situado un gran altar decorado con enormes ramos de flores, imágenes de santos,
de la Virgen con Jesus, un pequeño candelabro con tres velas encendidas (la
Trinidad), vasijas de barro (Govi), varias botellas de ron y vino, una gran
taza con agua bendecida, y mucha más parafernalia relacionada con los lwas. Al otro lado de la habitación había otro altar mas reducido y menos recargado de objetos.
Todos vestían de impecable blanco, hasta los pañuelos que cubrían sus cabezas. Ante los cantos del Larenn y el
sonar de la maraca los ounsis respondían recitando un ciclo de cantos repetidos.
Al comienzo bailaban erguidos, con ligeros movimientos pendulares, siempre cara
al gran altar donde se encontraban sentados los sacerdotes. Detrás, al fondo,
estaban sentados en pequeñas banquetas el resto de participantes.
Los "no iniciados"
podíamos observar el desarrollo a través de las ventanas, incluso grabarlo,
pero no podíamos acceder al interior.
En total habría cerca de un
centenar de mujeres y hombres, unos sentados atentos al desarrollo, algunos pensativos o concentrados y otros
meneándose ligeramente, y los que se encontraban de pie no dejaban de
contonearse y gesticular en ningún momento. Con el paso de los minutos los
movimientos se hacían más rítmicos según lo fueran marcando los cantos. El
sudor comenzaba a caer por sus rostros con más intensidad y el calor que salía
por las ventanas era cada vez mas denso. De vez en cuando los ayudantes
ofrecían tazones con algún tipo de licor para calmar la sed que luego se iban
pasando entre ellos.
A medida que más bailaban, cantaban
y bebían, más ritmo y más movimiento acompañaban a sus bailes, sin desplazarse apenas de su zona aunque el balanceo de sus cuerpos fuese cada vez más afanoso.
Durante esta ceremonia pude
observar diferentes estados de exaltación. Algunos ounsis que estaban sentados
se levantaban rápidamente y se juntaban con los danzantes, otros comenzaban a
temblar como si estuvieran siendo poseídos en ese momento por el espíritu y
corrían o saltaban como si fueran catapultados hacía los que bailaban junto al
altar al grito de ¨waa waa waa¨.... Los más próximos ayudaban a que se
tranquilizaran y fueran tomando posiciones al principio de la fila. Dicen que éstos son momentos de llamada al Lwa con canciones que lo identifica. Tan sólo están esperando que bajen y entren en ellos. Algo más de una hora duró la
ceremonia.
Casi en el momento en el que me había acomodado en las gradas
del Perystil comenzaron los tres Lanmerales (tamboreros) a hacer sonar
los tambores Rada (Katabú, Manma Kabú y Gwonde Tanbú) más un Ogá (trozo
de metal de un sacho pequeño de labranza que era golpeado con un hierro fino).
Por la puerta aparecieron primeramente y delante de una fila los dos
Sevité mas mayores, uno de ellos con una vela rizada encendida y un tazón de
agua. Junto a él sus ayudantes con otra vela, los cantantes y el tocador de
maraca, y detrás todos los ounsis avanzaban a paso lento. Dieron una vuelta
alrededor del centro del templo y fueron tomando sus posiciones
para dar comienzo a las danzas y los cantos.
Sobre la tribuna alta se situaban
dos Larenn, uno de ellos, el Ougenikón (solista -bajo la responsabilidad del sacerdote- con conocimiento profundo de los cantos), mientras cantaba agitaba la maraca para acompañar
el ritmo. El segundo en ocasiones le apoyaba con otras estrofas. Los ounsis
respondían con las frases correspondiente mientras formaban una fila en el
centro del Perystil.
Ante los toques de tambores los
participantes se acercaban lentamente poniéndose frente a ellos cantando y
bailando al ritmo que marcaban los tanbús. Los golpes más estridentes (kase)
procedente del Manma kabú señalaba el momento de detenerse, dar un lento giro de
180 ° y volver hacia el centro sin dejar de contornearse.
Con movimientos sutiles pero
articulados la marea de participantes danzaban armoniosamente en diferentes progresiones,
hasta con un pie ligeramente levantado y el otro pisando firmemente sin perder
el equilibrio.
Parece ser que hay casi una
veintena de maneras diferentes de tocar los tanbús, cada una con sus ritmos:
los pertenecientes al Lwa y los que indica a los danzantes una coreografía
específica que sólo ellos entienden. O deberían.
Los ayudantes, hombres y mujeres (ounsis kanzos), también con pañuelo blanco en la mano o un palo, situados al frente de la fila marcaban en ocasiones los movimientos a realizar. Principalmente en línea controlaban que se mantuviera el orden y la dirección del grupo para que ninguno avanzara más rápido que otros,
A medida que los ritmos de tanbús eran más intensos, los partícipes aumentaban paulatinamente la velocidad y la intensidad de sus movimientos al acercarse, volviendo así a repetir el ciclo de ir y volver mientras los Larenn continuaban lanzando canciones y los ounsis respondiendo a sus cantos sin parar de bailar.
Los ayudantes, hombres y mujeres (ounsis kanzos), también con pañuelo blanco en la mano o un palo, situados al frente de la fila marcaban en ocasiones los movimientos a realizar. Principalmente en línea controlaban que se mantuviera el orden y la dirección del grupo para que ninguno avanzara más rápido que otros,
A medida que los ritmos de tanbús eran más intensos, los partícipes aumentaban paulatinamente la velocidad y la intensidad de sus movimientos al acercarse, volviendo así a repetir el ciclo de ir y volver mientras los Larenn continuaban lanzando canciones y los ounsis respondiendo a sus cantos sin parar de bailar.
Esta manera de proceder suele ser semejante para todos los ritos vudú, con diferencias melódicas con arreglo a los lwas. Este diálogo permanente
Lanmerales-Ounsis continúo durante toda la noche.
La gente que no cabía en las gradas se congregaba alrededor de la entrada intentando observar el acontecimiento. Muchos de ellos lo grababan con sus teléfonos como recuerdo del evento.
La gente que no cabía en las gradas se congregaba alrededor de la entrada intentando observar el acontecimiento. Muchos de ellos lo grababan con sus teléfonos como recuerdo del evento.
En el exterior comenzaba a aparecer las primeras mujeres en estado de trance tiradas en el suelo. Una de ellas tenía sus
rodillas encajadas entre las raíces del árbol sagrado Ayizan, que se
caracteriza por tener algunas de sus largas raíces fuera de la tierra. Los que se consideran pecadores (saltarse alguna regla vudú es suficiente) cuando son
poseídos por el Lwa ruedan hasta ellas y enredan sus piernas o su cuerpo como castigo.
Los mirones observaban embelesados. Al rato apreció por allí el Sevite, se acercó a la víctima y mientras le daba toques con su pañuelo blanco de seda entonaba algunas frases espirituales. Al rato se fue soltando lentamente y ayudada a incorporarse por varias mujeres, que bien podría ser de la familia. En situaciones como ésta parece ser que la familia llega a sentir mucha vergüenza por el propio acto inculpatorio.
Los mirones observaban embelesados. Al rato apreció por allí el Sevite, se acercó a la víctima y mientras le daba toques con su pañuelo blanco de seda entonaba algunas frases espirituales. Al rato se fue soltando lentamente y ayudada a incorporarse por varias mujeres, que bien podría ser de la familia. En situaciones como ésta parece ser que la familia llega a sentir mucha vergüenza por el propio acto inculpatorio.
Cerca de las dos de la mañana me
retiré algo agotado. Desde mi habitación se continuaba oyendo los cantos y el armonioso
sonido de los Tam-Tam.